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CAMINOS DE
VENEZUELA…LA MESA DE ESNUJAQUE por CARMEN CLEMENTE TRAVIESO.
Publicado en el
UNIVERSAL en el año 1966.
Caracas, julio de 1966_Desde la ciudad de
Valera, ciudad agitada y llena de ruidos, con el intenso comercio en sus calles
y plazas, hemos tomado el autobús que nos lleva a La Mesa de Esnujaque.
Hace más de diez años habíamos visitado
estas ciudades andinas, entonces silenciosas y agazapadas, de calmo y rítmico
vivir. Conocimos en aquel pasado la tranquilidad maravillosa de Mérida, la
“Ciudad de los Caballeros”, la belleza del Jardín de Boconó, la cultura de las gentes de Trujillo, de la
Puerta con su célebre Hotel “Guadalupe” envuelto en las nieblas frias; la
histórica Carmania donde creemos encontrar el paso del Libertador; donde
pareces respirar su presencia; Mendoza Fría con su Santo y su Diablo: La figura apuesta de Antonio
Nicolás Briceño, la humilde de Padre Rosario en el altosano del templo, con su
cementerio de tumbas que blanquean sobre la montaña con sus cruces y sus flores…Y
la vaca mugiendo en la puerta de la bodega ofreciendo sus ubres repletas de
leche. El pueblo solitario…la joven que
reparte las cartas…La salita con sus sillas de esterilla, sus cortinas
floreadas, sus flores en los tiestos de tierra…Y a lo lejos, dominando el paisaje,
el hotel de los turistas, descansando de las tareas de la semana en sus cómodas
habitaciones: hombres y mujeres oficinistas que seguramente van allí en busca
de unos días de paz y silencio…
Pero no conocíamos a La mesa de Esnujaque.
Un amigo nos recomendó su clima, su soledad y su agua como algo maravillosa. No
obstante que es un encanto, la soledad del lugar sobrecoge.
La Mesa de Esnujaque está perdida entre
las montañas, considerada como una excelente región turística del estado
Trujillo. El pueblo colocado en una
planicie que semeja una mesa, está rodeada de montañas enormes, majestuosas,
llenas de verdor y de silencio.
Fue fundada en 1561 por unos monjes. Le dieron aquel nombre por estar ubicado en
una hermosa planicie a 1750 metros sobre el nivel del mar. Con un clima de 18 grados. La población está considerada en unos 100
habitantes que viven de la agricultura, la horticultura y la pesca de
truchas. Las flores se miran por todas partes. Rosas y geranios se dan hermosos y de vivos colores. Es un sitio de gran
atracción turística sobre todo para las personas que requieren descanso y
tranquilidad espiritual. La gente del pueblo es hospitalaria y en sus hoteles
hay buena comida criolla y extranjera y confort para los turistas. Entre estos
hay algunos de primera categoría Tibisay, Altos Horizontes, Cacique, Ciudad
Trianón Club, Europa, Miraflores y otros.
Gozan de fama las orquídeas de la quebrada
de las avispas y del Zanjón del Muerto. La mayoría de los árboles de sus
jardines están cubiertos por estas matas de orquídeas. En el valle de la Virgen
de Durí existen manifestaciones folklóricas como los “Vasallos de San Benito”,
que se celebran los dos primeros domingos del año visitan los pesebres de los
campos danzando al son de los instrumentos.
Nosotros tuvimos la suerte que unos
lugareños nos dejaran a las puertas del hotel Cacique, uno de los más
pintorescos del lugar. El hotel está solo. No es temporada y la casa queda en poder de las muchachas del servicio.
La joven (Enma) y la que se encarga de la comida. El administrador no está y
ello no es obstáculo para que Enma nos señale el hotel y nos deje escoger la
piza que mejor nos convenga. A la entrada, un vasto parque con su granja a un
lado donde se crían los animales para el consumo del hotel. Las matas y el parque nos ganan
desde el primer momento. Hay paz y tranquilidad. Hasta demasiado silencio. Al poco rato llega
el joven (Antonio) a cuyo cargo está el hotel. Es un joven español, simpático,
agradable, culto, que nos dice “la casas es toda de ustedes”, “Siéntanse como
en su propia casa”. Pueden vivir como
mejor les plazca”… El precio es bastante moderado, la comida criolla muy buena
y el comedor que es el mayor atractivo nos ha hecho recordar a una hostería en
Suiza en Interlaken, donde estuvimos una vez de temperamento. De un gusto
sencillo con sus mesitas vestidas con manteles a cuadros rojos, sus bellas
cortinas del mismo color, sus repisas revestidas de ruchas rojas y con sus luces discretas en las paredes que
adornan en bellas repisas de caoba, platos pintados con motivos folklóricos,
jarrones de barro cocido rebosantes de flores, candelabros de hierro y una
chimenea que sólo se enciende en las noches invernales, cuando el frio es muy
intenso…En un esquina se oye la música que trasmite un radio; y en la sala-bar
que está a la entrada, toda cerrada en bambúes, el televisor con su canal 2 en
acción.
La primera noche dormimos como unos lirones. El viaje nos había cansado un poco.
Los choferes andinos se parecen a los llaneros en eso de las distancias. Nos habían dicho que de Valera a Esnujaque
era sólo una hora de camino. No obstante
la recorrimos en tres horas y media, viajando entre montañas frías que nos
hicieron buscar apresuradamente el suéter y el pañuelo para abrigarnos la
cabeza. El viaje se hace bordeando la
montaña y entre abismos. Es algo emocionante y bello. Las montañas verdinegras cubiertas de altos y
airosos pinos comunican al paisaje encabelle que ya hemos admirado en
Suiza. Los hombres en su mayoría
campesinos, guían las yuntas de bueyes que aran la tierra al estilo primitivo. No
conocen la Reforma Agraria ni la técnica de los cultivos modernos. La mayoría de las tierras pertenecen a viejos
propietarios y latifundistas.
El pueblo tiene su plaza y parque con el
busto del Libertador; su iglesia pequeñita y bonita, su jefatura policial, su
farmacia que está al cuidado de dos viejecitas amables y complacientes que con
frecuencia dejan abiertas las puertas y
se van al fondo de la casa para hacer los oficios de la comida y nadie es capaz de meterse allí
a molestarlas. La casa de la dueña de la farmacia es una de las más
características de la región. Es una casona vieja que debe tener muchos años de
construida porque ha entrado ya el comienzo de su destrucción. Tiene grandes corredores de pilares viejos y carcomidos
por el tiempo u la incuria; al centro el parque florecido con animales y matas rastreras que hacen del sitio un
bosque enmarañado. En un rincón del corredor está el tinajero agobiado de años,
cantando su canción cristalina. El agua es fría, pura, deliciosa. Las amables
dueñas nos llevan a través de las habitaciones: en la galería se han refugiado
todos los de la familia. Hay altares en las paredes, cuadros antiguos de santos
que han olvidado sus nombres. Allí hemos visto los viejos muebles de un pasado
reciente. Hay que caminar un largo trecho para llegar a la cocina y el solar. Allí
se refugian en las noches de frio intenso. Cuando las puertas de la farmacia
están cerradas, las personas que necesita una medicina toca el timbre y al
momento tiene el servicio que necesitan. Nos hablaron de unos terrenos que
están vendiendo a diez bolívares el metro cuadrado allí mismo, a una escasa
media cuadra de la plaza central.
Cuando pasamos por el parque que rodea la
iglesia, pequeña y linda, con una construcción que quiere ser gótica, miramos
al policía recostado de la pared cabeceando un sueñito. La iglesia está
solitaria y silenciosa, con unos santos olvidados sobre el pequeño altar,
parece un templo de juguete, con pocas personas se llenaría…En verdad que los
vecinos de Esnujaque están trabajando todo el día y no tiene tiempo para
visitar la iglesia sino los domingos. Los niños crecen allí saludables a pesar
de la pobreza y de la ausencia de diversiones. Hay un centro y comedor escolar
que están de vacaciones. Todo está en orden y la maestra de la escuela- Una
linda lugareña que habla con un dejo de nostalgia-, extiende su mano tierna y
solícita a los niños del pueblo.
Esencialmente La Mesa de Esnujaque es un
lugar de turismo. Un lugar de retiro, de paz. Sirve para desintoxicarnos de
esta vida de angustia que llevamos en nuestra moderna capital. La paz, una paz silenciosa, humilde, liviana,
se encuentra en todos los sitios: en las casas, en las tiendas, en el campo,
donde los campesinos aran la tierra, silenciosos, tras los bueyes mansos, formando
parte del paisaje; en el gran chorrerón de agua fresca que baja de la montaña,
en la curiosidad del niño que aún no camina, pero que sonríe cuando nos mira
pasar, en la suavidad de sus mujeres siempre oficiosas, limpiando, fregoteando
aquí y allá…Los hoteles de la región son los que le comunican un poco de vida
con la alegría de sus temporadistas. En
diciembre generalmente están llenos de personas ávidas de aire puro, de paz
ambiental, de ternura, Esa ternura que descubrimos en la mano que riega el jardín en una mañana soleada; o
en la del niño que nos ofrece una naranja “dulcita, porque fue arrancada de la
mata...”
En la habitación donde nos sentamos a
escribir, en los corredores llenos de luz y de flores, en el parque sombrío de
altos árboles y bellas orquídeas, sentimos, nos bañamos de una paz u un encanto
difíciles de expresar. Es necesario
estar allí, sentir como el paisaje nos deslumbra, aspirar el aire puro de las
montañas; desayunarnos con los platillos deliciosos que nos prepara enma, gozar
la cháchara insulsa de los vecinos, para volver a encontrar esa sencillez y ternura
que una vez gustamos en la vida y que creíamos olvidada para siempre. Es
necesario mirar al guardia que cabecea su sueño sentado en las silla que apoya
en la pared de la prefectura, mirar a los niños jugando “gloria” en la calle o
correr tras una golosina, penetrar en la iglesia solitaria con sus pequeños
altares llenos de luz, mirar a la joven con los pies desnudos regar las matas
del jardín, en fin penetrar en la vida de las gentes sencillas, para poder
comprender y apreciar la belleza escondida en las pequeñas cosas. La dulzura y
la paz, que nos embrujan en la Mesa de Esnujaque.
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